Trabajo sin garantías: así sobreviven los repartidores de Rappi

Cada mañana, en el parque principal del municipio de Mosquera, Cundinamarca, se congrega un grupo de trabajadores  invisibilizados, aunque esenciales para el ritmo urbano actual: los repartidores de Rappi. Entre ellos está Javier Quiñones, líder de Sinatrap- Agremiar, Mosquera y domiciliario activo de Rappi, quien junto a sus compañeros, se prepara para una nueva jornada cada mañana. Sin sede, sin infraestructura, sin derechos laborales garantizados, sobre sus hombros descansa la responsabilidad de conectar al comercio con el consumidor.

“Nos reunimos aquí porque no tenemos otro sitio”, cuenta Javier. “Rappi no ha gestionado con la Alcaldía un punto de encuentro para nosotros. No tenemos donde parquear, no hay baños, no hay sombra cuando llueve… y cuando llega tránsito o la policía, nos multan o se llevan las motos”.

Invisibles, pero esenciales

A pesar de ser una pieza clave en el movimiento económico del municipio —especialmente en restaurantes, supermercados y tiendas—, los trabajadores de plataforma carecen de lo más básico para desarrollar su labor dignamente. No tienen un punto para cargar sus celulares, un espacio para descansar ni una oficina donde presentar inquietudes. “No hay un jefe de zona, no sabemos a quién acudir. Estamos solos”, dice el domiciliario.

Las condiciones de trabajo que describen rayan en la precariedad. Aunque los usuarios pueden creer que estos repartidores cuentan con beneficios por parte de la aplicación, la realidad es otra. “Nosotros compramos nuestras maletas. Valen unos $165.000. La gente piensa que nos las da Rappi, pero no es así. Tampoco tenemos chaquetas, ni impermeables. Si queremos protección, la pagamos de nuestro bolsillo”, denuncia.

No se reconoce el esfuerzo

La lógica de pago también genera profundas injusticias. Por ejemplo, cuando están en Mosquera y reciben un pedido desde Funza, la app solo paga desde el restaurante hasta el destino final, sin contar los kilómetros que recorre el trabajador para ir a recoger el pedido. “Esos recorridos los hacemos gratis. Un pedido que debería costar $9.000, nos lo pagan a $3.050”, señala Javier.

Los “dobletes” o “tripletes” —pedidos múltiples en un mismo recorrido— no son mejor pagos, sino al contrario. “Nos hacen recoger dos o tres domicilios y solo nos pagan como si fuera uno solo. Al cliente sí le cobran por cada uno, pero a nosotros no”.

Y si algo sale mal —una fila larga en el supermercado, un restaurante cerrado, una cancelación del usuario— la penalización recae sobre el repartidor. “Eso nos baja la tasa de finalización. Si estás en rango diamante y te bajan a plata o bronce, en vez de recibir 18 pedidos al día, pasas a 3 o 5. Nos afecta directamente el bolsillo”, añadió Yosbert Gilbert Romero, líder de Sinatrap, Mosquera.

Sin derechos, sin respaldo

Los accidentes son otra realidad crítica. “Si tenemos un accidente, nos dicen que tenemos 10 o 15 minutos para reportar. Pero mientras llegan, ya puede haber pasado lo peor. Ha habido compañeros que han muerto o quedado amputados, y Rappi no responde con seguro ni pensión. No tenemos ningún respaldo real”, denunció Alfredo Vera, líder de Sinatrap, Mosquera, Cundinamarca. 

Organización y dignidad

A pesar de las dificultades, hay esperanza en la organización colectiva. “Estamos tratando de construir la presencia del sindicato en la zona, porque solos no podemos. Queremos que se escuche nuestra voz, que se reconozca nuestro trabajo y que no se vulneren más nuestras condiciones laborales”.

La Confederación de Trabajadores de Colombia – CTC acompaña este proceso, reafirmando que los trabajadores de plataformas también tienen derecho a condiciones dignas, a protección y a ser tratados como lo que son: trabajadores.

“Muchos creen que tenemos hora de almuerzo, pero justo a esa hora es cuando más pedidos salen. Comemos lo que podemos, como podemos. Y muchas veces nos juzgan por errores de otros. Nos dicen que nos robamos pedidos. Pero no todos somos así. Solo pedimos que no nos metan a todos en el mismo saco”, concluyó Javier Quiñonez.

La CTC seguirá visibilizando la realidad de los trabajadores de plataforma y respaldando su organización. Porque el trabajo digno no es un privilegio: es un derecho.